Por: Lic. Sergio D'Onofrio
Introducción
Al abordar la historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael, no podemos evitar entrelazarla con los principales acontecimientos de la realidad política, social y cultural de todo Cuyo, pues resulta imprescindible sumergirnos en los albores mismos de la formación de la ciudad, la llegada de los inmigrantes y la acción de los pioneros italianos, franceses, eslavos, españoles y de otras nacionalidades que se asentaron en nuestro territorio, dando origen a las primeras “colonias” del sur mendocino.
Si bien todos estos temas se abordan a profundidad dentro de los diferentes volúmenes de la colección que actualmente estoy escribiendo llamada “Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael” en esta pequeña conferencia haremos un pequeño recorrido con el fin de pintar el panorama religioso y cultural que se encuentra en la extensa obra.
Es tiempo pues de sumergirnos en la peculiar historia de nuestra Diócesis, donde encontraremos, a pesar de su corta existencia, la presencia de grandes personalidades y filas de Siervos de Cristo.
Abordar la historia eclesiástica de la Diócesis de San Rafael requiere algo más que la recopilación de datos religiosos. Se trata de sumergirse en el alma misma de una región, descubrir los hilos invisibles que entrelazan la vida espiritual con la vida cotidiana de los pueblos y reconocer que lo «profano» y lo «religioso» son categorías que, lejos de oponerse, se nutren mutuamente en la experiencia histórica concreta.
La presente obra nace con el propósito de iluminar ese entretejido, rescatando la voz de una diócesis joven en años, pero profunda en huellas. Desde su creación en 1961 hasta hoy, la Diócesis de San Rafael ha sido testigo de procesos culturales, sociales y políticos donde la presencia de la Iglesia -a través de sus obispos, religiosos, religiosas y laicos- ha sido decisiva. Lejos de limitarse a la liturgia o al sacramento, la Iglesia se ha hecho presente en las escuelas, los hospitales, los periódicos, los centros culturales, las luchas sociales y la promoción humana. Ha sido –y sigue siendo– el fermento de la transformación.
Es en este marco que una visión revisionista se hace imperativa, no en un sentido ideológico, sino en términos de fidelidad a la verdad y a la fe. Un revisionismo eclesiástico que, lejos de reducir la historia de la Iglesia a una crónica institucional o a un relato apologético, asuma con madurez crítica la misión de dar testimonio de su verdadero papel —con luces y sombras— en la historia nacional y regional.
Desarrollo
Al momento de referirnos a la historia de la Diócesis de San Rafael, se hace indispensable, en primera instancia realizarnos el presente cuestionamiento¿Qué beneficios aporta a la sociedad adentrarse en la historia de una diócesis? ¿Existe una conexión directa entre la historia religiosa y la historia profana? ¿Qué características hacen singular a la Diócesis de San Rafael dentro del contexto eclesiástico argentino?
Los presentes cuestionamientos nos permitirán mantener el
hilo conductor a lo largo de la presente monografía, como así el sentido y los objetivos de la
colección “Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael”. A través
de ellas, se busca comprender el papel de la Iglesia en la configuración
espiritual, cultural y social del sur mendocino, rescatando su legado,
tensiones, protagonistas y procesos.
No obstante, al abordar la historia de la Diócesis de
San Rafael, surge, en primer lugar, un interrogante fundamental: ¿Es necesaria la existencia de un
revisionismo eclesiástico?
La corriente del revisionismo, en el
ámbito historiográfico, nos permite justamente familiarizarnos con el ejercicio
de reinterpretar, evaluar, criticar, analizar la veracidad de los de hechos del
pasado a la luz de nuevas fuentes, que nos brindan la mira objetiva de la
realidad. De esto ya tenemos sobrados y eximios maestros que marcaron el camino
del revisionismo dentro de la historia argentina, ya son varias generaciones de
historiadores que nos han iluminado nuestro entendimiento desde la verdad histórica.
Desde la Primera Generación con los hermanos Irazusta,
Carlos Ibarbugren, Félix Luna, Calderón Bouchet, Vicente Sierra, etc., desde
allí continuamos con el Magisterio del Doctor Enrique Diaz Araujo, Antonio
Caponetto, Sergio Castaño, para desembocar en sus discípulos Andrea Greco,
Sebastián Sánchez, Sebastián Miranda, José Luis Tello, generación esta de la
cual descendemos nosotros en la actualidad.
Tal como hemos mencionado anteriormente, el revisionismo
ha realizado contribuciones eminentes a la historia argentina. En el caso
específico de la historia
eclesiástica, este escenario no se limita a desentrañar
cronologías o biografías de obispos y sacerdotes, sino comprender en
profundidad el papel de la Iglesia en los procesos sociales,
culturales y políticos que atravesaron una región determinada. No obstante, son
pocos aquellos historiadores que se han dedicado a indagar, “revisar” la acción
y el papel de la Iglesia dentro de la historia. A fin de mencionar a quienes
pueden ser tomados como los principales dentro de una generación podríamos
mencionar al Padre Alfredo Sáenz, Cayetano Bruno, Guillermo Furlong.
Ahora bien, en general los autores del revisionismo
generalmente se han centrado en las temáticas de la historia argentina, dejando
el ámbito religioso relegado a puntos específicos. Es aquí donde ganan terreno
autores que analizan la historia desde una perspectiva más oficialista, o desde
posicionamientos ideológicos contrarios a la iglesia tales como Roberto DI
Stefano, José Zanca, Mónica Mangione, Malinachi, etc. ahora bien dichos
autores, al igual que aquellos pocos revisionistas, se abocan a estudios en
escenarios específicos tales como la Teología de la Liberación, el Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo, a excepción de DI Stéfano, quien se ha
abocado a cubrir un terreno más amplio dentro del análisis eclesiástico, es por
ello que el presente autor destaca de entre sus pares al momento de los temas
abordados como por ejemplo:
- ·
Historia
de la Iglesia Argentina. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX. Escrito
junto a Loris Zanatta
- ·
De
la Teología a la Historia: Un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo
argentino
- ·
¿De
qué hablamos cuando decimos “Iglesia”? Reflexiones Sobre el uso Historiográfico
de un Término Polisémico
- ·
El púlpito y la plaza o De la
teología a la historia
Autores como Di Stefano cuestionan abiertamente el rol de la Iglesia Católica en la historia
nacional, en nombre de una pretendida "neutralidad
científica". Esta corriente, encabezada por el mencionado autor, ha
promovido una lectura del catolicismo como institución de poder, subordinada a
intereses sociales y políticos, y desvinculada de su naturaleza espiritual y
sacramental.
Frente a esta
tendencia, se hace imperiosa la necesidad de un revisionismo eclesiástico auténtico, riguroso y comprometido con la fe,
que recupere la voz silenciada de la Iglesia como sujeto vivo de cultura, caridad, resistencia y esperanza, y que cuestione
argumentativa y académicamente a quienes, desde el discurso académico, buscan
desacreditar su herencia.
Roberto Di
Stefano, autor representa una línea historiográfica que no oculta su intención de despojar a la Iglesia de toda autoridad
simbólica, en nombre de una "racionalidad crítica" que, en la
práctica, se convierte en una militancia
laicista encubierta. Su objetivo declarado es romper con la
historiografía confesional y sustituirla por una mirada externa, supuestamente
"objetiva", que reduce la fe a un fenómeno ideológico, cultural o de
control social.
En su obra Iglesia
y catolicismo en la Argentina: medio siglo de historiografía, declara
abiertamente que la producción historiográfica católica fue predominantemente “apologética” y estuvo orientada a “reivindicar
la ‘deuda’ de la nación hacia la Iglesia y su derecho a ser oída en la vida
pública”. Así, se niega a
reconocer cualquier valor científico o formativo a la tradición
historiográfica que, desde el interior de la Iglesia, intentó dar testimonio
documentado de su papel en la historia nacional.
“Los historiadores habían sido
fieles en ese punto a una antigua tradición, orientada a reivindicar para el
clero un lugar en el panteón de los héroes nacionales. Esa perspectiva,
tributaria de una «operación historiográfica» orientada a la confesionalización
de la revolución de independencia que tuvo lugar entre el momento del Centenario
en 1910 y la Segunda Guerra Mundial, dio cuerpo a una «historia oficial» de la
Iglesia vigente hasta la actualidad 13. La exaltación apologética del clero
patriota (medio para reivindicar la «deuda» de la nación hacia la Iglesia y su
derecho a ser oída en la vida pública) ocupó a muchos historiadores católicos y
sigue siendo un lugar común de la historiografía de la Iglesia elaborada en sede
confesional.”[1]
Más aún, al
referirse a las propuestas católicas que vinculaban la fe con la construcción
nacional, Di Stefano se refiere a ellas como parte de un “espíritu
homogeneizante consustancial al nacionalismo”[2],
que pretendía “sobrevolar las diferencias
políticas” y hacer de la religión un
elemento mítico de la nacionalidad argentina. Esta afirmación, además de
descontextualizar el proceso histórico, desconoce
que fue precisamente la Iglesia —en particular desde la organización parroquial
y las misiones— una de las instituciones que integró, sostuvo y educó al pueblo
argentino en épocas en que el Estado era aún débil o ausente.
Di Stefano, al
proponer un paso “de la teología a la historia” como sinónimo de “superación de
la apologética”, excluye a la teología no solo como disciplina válida, sino
también como categoría histórica. En este marco, la fe no es vista como motor de la acción eclesial, sino como cobertura
ideológica de intereses materiales. Esta postura es reveladora de una
concepción que niega el carácter propio
del cristianismo como religión encarnada en la historia, capaz de dar
sentido, resistir y transformar.
Desde el
revisionismo eclesiástico, es necesario rechazar
estas simplificaciones y contraponerles una historiografía integral, que
parta de la fidelidad a la verdad de los hechos, pero también de una
hermenéutica inspirada por el sentido eclesial. La historia de la Iglesia no
puede escribirse al margen de su naturaleza sobrenatural ni puede juzgarse
exclusivamente con parámetros sociopolíticos. Como afirma el papa Benedicto
XVI, “la historia de la Iglesia no nace de una estructura de poder, sino de una
historia de fe y testimonio”.
Así, el
revisionismo eclesiástico no pretende negar las sombras del pasado, sino evitar
que estas se conviertan en argumento para borrar su legado civilizador, educativo, cultural y espiritual. El
desafío es doble: defender a la Iglesia
de sus enemigos externos —como Di Stefano—, y purificar su memoria desde dentro, con honestidad, sin caer ni en
el silencio ni en la tergiversación.
“En
general, las producciones anteriores se hallaban orientadas a confirmar las
verdades de la fe; los nuevos enfoques, por el contrario, abandonan
intencionalidades apologéticas y se interesan por el clero como actor social,
inscripto en estructuras, redes, tensiones y relaciones de poder”.[3]
Este planteo,
sin embargo, esconde un prejuicio
epistemológico: la convicción de que la teología, la espiritualidad y el
testimonio creyente no son categorías
válidas para comprender el pasado. En otras palabras, Di Stefano no
estudia la Iglesia, sino que la desacraliza
sistemáticamente, desautorizando su palabra, relativizando su acción y
caricaturizando su historia.
Esta postura evidenciada
por el autor, resulta por demás injusta, e intelectualmente limitada, ya que omite la lógica interna del
fenómeno religioso. La historia de la Iglesia no se reduce a disputas de poder:
es también —y sobre todo— la historia de una presencia sacramental en el tiempo, animada por una misión
trascendente que no puede ser comprendida desde categorías puramente
sociológicas.
A fin de evitar el planteamiento subjetivo, es imperioso evidenciar
que el revisionismo eclesiástico no busca restaurar una historiografía
apologética, ingenuamente celebratoria, como la que predominó en las primeras
décadas del siglo XX. Por el contrario, asume
el desafío de mirar el pasado con espíritu crítico, pero desde una hermenéutica de la fe y de la esperanza,
que reconoce en la historia de la Iglesia tanto sus fragilidades humanas como
la acción providente de Dios.
Una de las
tareas urgentes del revisionismo eclesiástico es la de responder con fundamento histórico y rigor académico a los discursos que,
desde el campo intelectual, intentan deslegitimar la presencia histórica de la
Iglesia Católica en la configuración social y cultural de la Argentina.
Autores como
Cayetano Bruno, Néstor Auza o Zuretti, muchas veces menospreciados por Di
Stefano, realizaron trabajos de gran valor documental, cronológico y narrativo.
Descalificarlos por su orientación católica es incurrir en un dogmatismo secular inverso, donde todo
lo que nace dentro de la Iglesia es automáticamente sospechoso. Esta lógica de exclusión ideológica contradice el
pluralismo académico, y fortalece los
prejuicios anticatólicos que circulan en ciertos sectores del campo
historiográfico.
“Estudios como el clásico de
Néstor Auza o los de Cayetano Bruno, por nombrar dos célebres autores, habían
enfatizado las diferencias entre católicos y liberales, como si se tratara de
dos identidades tan incompatibles como el agua y el aceite”[4]
Di Stefano omite el contexto ideológico e
historiográfico en que trabajaron Auza y Cayetano Bruno. No señala sus
fuentes, su aporte documental o su sistematicidad, sino que los reduce
a su supuesta ideologización católica. No considera sus obras desde
sus propias reglas metodológicas, sino que las invalida como si fueran
productos doctrinarios y no históricos.
Frente a la
imagen que presenta Di Stefano —en la que la Iglesia aparece asociada al
autoritarismo, a la represión cultural—, el revisionismo católico defiende con
datos, fuentes y argumentos el rol evangelizador,
educativo y pastoral de la Iglesia en todos los rincones del país,
especialmente en zonas postergadas, donde fue muchas veces la única presencia institucional estable.
La historia de
la Diócesis de San Rafael, por ejemplo, no puede abordarse desde los lentes
deformantes de la sociología crítica, sino desde una escucha atenta a las voces
de sus misioneros, religiosos, sacerdotes, laicos y pioneros dentro del ámbito
cultural y social que han marcado el camino
de la evangelización, promoción humana y organización social y cultural.
Narrar su historia es, también, defender
la dignidad de una tradición viva que sigue fecundando la cultura local.
¿Existe
entonces una conexión directa entre la historia religiosa y la historia
profana?
La división entre historia religiosa e
historia profana ha sido, en gran medida, una construcción
historiográfica moderna, influida por procesos de secularización,
especialización disciplinaria y polarizaciones ideológicas. Sin embargo,
resulta evidente que ambas dimensiones de la experiencia histórica se
encuentran profundamente entrelazadas, al punto de que una no puede
comprenderse cabalmente sin la otra.
La historia religiosa —en particular la historia de la
Iglesia— no se circunscribe a lo estrictamente doctrinal, litúrgico o
institucional, sino que se despliega en constante interacción con los
hechos políticos, sociales, económicos y culturales de su tiempo. En
este sentido, hablar de historia eclesiástica implica hablar también de la
vida cotidiana de los pueblos, de sus procesos educativos, de su
concepción del bien común, de sus expresiones artísticas, de sus tensiones y de
sus esperanzas.
Numerosos historiadores contemporáneos, como Michel
Vovelle o Dominique Julia, han insistido en que lo religioso no puede ser
tratado como una “esfera separada”, sino como un hilo transversal
que atraviesa y moldea las mentalidades colectivas, las identidades regionales
y los imaginarios sociales. En el caso de América Latina —y particularmente en
regiones como el sur de Mendoza— la Iglesia ha sido, a lo largo del tiempo, agente
activo en la formación del territorio, acompañando procesos
migratorios, fundando instituciones educativas y hospitalarias, y ofreciendo marcos
simbólicos que han estructurado la vida comunitaria.
La Diócesis de San Rafael, creada en el siglo XX por la
Bula Ecclesia Christi de Juan XXIII en 1961, pero heredera de una tradición
cristiana mucho más antigua, constituye un ejemplo elocuente de esa interrelación
entre lo sacro y lo civil. Sus obispos, párrocos, religiosas,
misioneros y laicos han participado —explícita o implícitamente— en las
transformaciones del tejido social local: desde la promoción de la educación
rural hasta el acompañamiento espiritual en contextos de crisis sociopolítica.
Baste mencionar la magistral labor evangelizadora del
querido Gaucho Ucraniano, el padre Basilio Wynnyczuk en la localidad de Bowen y
General Alvear, llevando adelante la fundación del Colegio P-80 San Cayetano,
su accionar colaborativo con las Hermanas Basilianas, la Guardería N° 13, el
asilo de ancianos, El Hogar de Niños, la defensa de la cultura ucraniana y su
simbiosis con la cultura argentina, y ni hablar respecto de la tramitación de
las cartas de ciudadanía a más de 260 inmigrantes para permanecer en nuestro
país, escapando de los flagelos de la Segunda Guerra Mundial y el Comunismo
Soviético, sin importar su religión ni procedencia.[5]
Todo esto motiva el enorme reconocimiento hacia el padre
Basilio por parte de Pastores protestantes como el Pastor Arrejin, el
nombramiento por parte del Rotary Club de Bowen como Rotario Honorario, y el
Honorable Consejo Deliberante de General Alvear nombrándolo Ciudadano Ilustre
en el año 1992
“Honorable
Concejo Deliberante
General
Alvear
ORDENANZA 1711
El
expte: “HCD” 1235_92 Por el que se estipula el creciente deseo de recuperar los
valores éticos y morales de todos los segmentos de nuestra sociedad.
CONSIDERANDO
que una de las maneras de lograr esos objetivos en resaltar las virtudes de los
ciudadanos que a través del tiempo han demostrado con su accionar, que su
conducta puede servir de ejemplo para las generaciones presentes y futuras.
Que
estos tipos de homenajes deben hacerse en vida de quienes se hacen acreedores a
ellos.
Que
el reverendo Monseñor Doctor Basilio Wynnyzuck es un ejemplo viviente de
virtudes que se ven materializadas a través de numerosas obras y servicios que
deja a su pueblo adoptivo.
Que
nació el 11 de junio de 1913 en Pidhajczyky, Provincia de Estanialaopolis,
Ucrania. Sus estudios primarios los cursó en su pueblo natal, los secundarios
en la ciudad de Kolomea, con los idiomas latí, alemán, polaco, ucraniano y
griego. En el año 1933 ingresó en el Seminario de Estanialaopolis; en 1938 es
ordenado Diácono, y el 2 de abril de 1939 en el Pontificio Colegio Ucranio es
ordenado Sacerdote, celebrando su primera misa el 3 de abril del mismo año en
la tumba de San Pedro. En 1944 se doctoró en teología, recibiendo por sus
brillantes calificaciones el “Magna Cum Laude” Estudió ciencias orientales y en
1945 obtiene el título de Bachillerato Universitario y Derecho Canónico. En su
larga carrera de estudios obtiene cinco bachilleratos, tres licenciaturas, y un
doctorado.
Que
llega a la Argentina el 19 de marzo de 1949. El entonces obispo Monseñor
Buteler le encomienda la organización de la iglesia ucraniana católica para
atender los fieles del rito oriental, católico ucranio. Quedan a partir de 1951
como el Primer Cura Párroco de la Parroquia San Cayetano, atendiendo
simultáneamente ambas feligresías. Fue Capellán de la Policía de Mendoza desde
el 01 de agosto de 1971. En 1975 es elevado por su Santidad Pablo VI a la
dignidad de Monseñor, como premio a su meritoria labor misionera en la
República Argentina.
Que
es el transcurso de su vida sacerdotal fue visionario de una realidad, el
pueblo de Bowen necesitaba educar a sus niños en la profundidad del
conocimiento de la palabra de Dios. Por ello en 1950 solicita la venida de las
Hermanas Basilianas del Perpetuo Socorro de Berisso y en 1962 concedido el
permiso, organiza la creación de una Escuela Primaria Parroquial, dependiente
del Ministerio de Educación de la Provincia. Sus esfuerzos, su abnegado
trabajo, sus innumerables viajes a Buenos Aires, Mendoza y otros lugares
buscando apoyo espiritual y material sus visitas a los lugareños siempre
irradiando alegría contagiante montado en su legendaria bicicleta. Tesonera
labor que realizó con colaboración de las hermanas basilianas y que hoy tienen
sus frutos a la vista. Actualmente Bowen cuenta con la Parroquia de San
Cayetano, Colegio San Cayetano, 80-P, Un colegio de Hermanas, Hogar de niñas,
Guarderías, Hogar de ancianos e iniciada la obra y en estado de avanzado de
construcción la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Que hoy, habiendo transcurrido 43 años de
residencia en su Patria adoptiva y a la luz de la obra espiritual y material
realizada, reflejadas en todas y cada una de las innumerables construcciones,
que hoy y para siempre benefician a toda la comunidad sin distinción de razas,
ni credos, ni aún aquellos que permanecían indiferentes a su perseverante
labor, es necesario realizar un reconocimiento público por el invalorable
trabajo realizado.
POR
ELLO El Honorable Concejo de Gral. Alvear (Mza) en uso de sus atribuciones,
sanciona la siguiente:
ARTICUILO
1°) Declárese Ciudadano Ilustre a Monseñor Doctor Basilio Wynnyzuck.
ARTICULO
2°) Comuníquese, Publíquese y dese al D.M
DADA
EN LA SALA DEL HONORABLE CONSEJO DELIBERANTE DE GENERAL ALVEAR (Mza) A LOS
VEINTIOCHO DIAS DEL MES DE SEPTIEMBRE DEL AÑO MIL NOVECIENTOS NOVENTA Y
DOS------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
FIRMA:
RICARDO
E. OIORCANO DR BASILIO WYNNYZUCK
SECRETARIO
HON. CON. DELIBERANTE PARROQUIA
UCRANIA
JORGE
SCHMIT
PRESIDENTE DEL HONORABLE CONCEJO DELIBERANTE” [6]
Si hablamos del
pasado cultural, la Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael no puede
prescindir de las iglesias más antiguas de la ciudad, desde su fundación
original, su posterior traslado al emplazamiento actual y, a partir de allí, el
florecimiento de la vida religiosa. Este crecimiento se vio especialmente
impulsado por la labor del cuarto obispo diocesano, Mons. León Kruk, quien
fundó el Seminario Diocesano "Santa María Madre de Dios" y, junto con
el entonces padre Carlos Buela, promovió la creación del Instituto del Verbo Encarnado
(IVE).
Antes de
proseguir, es necesario aclarar que la historia de esta diócesis aún se
encuentra en proceso de investigación y redacción. En consecuencia, el presente
escrito debe considerarse parcial e incompleto, hasta tanto se alcancen los
volúmenes proyectados. Asimismo, permanece abierta la posibilidad —natural en
toda labor historiográfica— de que nuevas investigaciones, revisiones
enriquezcan y amplíen el estudio de la historia eclesiástica local.
Continuamos con la importancia cultural que esboza a nuestra
diócesis en conjunto con la historia regional. Es imperioso en principio
recalcar cual es la génesis de nuestra Diócesis de San Rafael, puesto que, como
tal dependía directamente de la Diócesis de San Juan de Cuyo
Diócesis de San Juan de Cuyo en tiempos de quien fuera la
primera vocación menor de San Rafael Victorino Ortego, era de un total de
61.817 km2, a esta extensísima cantidad de territorio, se le suma la enorme
falta de sacerdotes para atenderla.
La Diócesis de San Juan de Cuyo estaba bajo el gobierno
de Monseñor José Angélico Orzali, un obispo reconocido por su profundo amor a
la Sangrada Eucaristía y a la tradición de la Iglesia, manifestado esto en su
celo pastoral. Su mayor preocupación fue la formación de los niños,
catequizando desde el ambón hasta en las escuelas, Monseñor Orzali fue un
incansable misionero que con paternal cariño se supo ganar miles de almas para
Dios. Fundador de la congregación de Nuestras Hermanas del Rosario de Buenos
Aires, con la finalidad de ocuparse de la educación de los niños, atender a los
enfermos y cuidar a los huérfanos.
Hasta el año
1934, la jurisdicción de la Diócesis de San Juan de Cuyo abarcaba un extenso
territorio que comprendía no solo la provincia de San Juan, sino también
Mendoza, San Luis y el actual Neuquén. No obstante, los continuos ajustes
pastorales y administrativos impulsados desde Roma propiciaron una profunda
reestructuración del mapa eclesiástico argentino.
Fue así como,
mediante la bula Nobilis Argentinae
Nationis, promulgada por el Papa Pío XI el 20 de abril de 1934, se erigió la Diócesis de Mendoza, siendo designado como su primer obispo el Siervo de Dios Mons. José Américo Orzali
Verdaguer. Esta nueva diócesis se conformó por desmembramiento de la
Diócesis de San Juan, manteniendo inicialmente su jurisdicción hasta los
límites del entonces Territorio Nacional del Neuquén. En esa misma bula se
estableció también la Diócesis de San
Luis, separándola de la jurisdicción sanjuanina.
Posteriormente,
la Diócesis de San Rafael fue
creada por la bula Ecclesia Christi
del Papa San Juan XXIII, con
fecha 10 de abril de 1961, como
una escisión de la Arquidiócesis de Mendoza. Su primer obispo fue Mons. Raúl Francisco Primatesta, quien
tomó posesión de la sede episcopal el 25
de junio de 1961.
Ese mismo año,
también por iniciativa del Papa Juan XXIII, se erigieron otras dos diócesis: la
Diócesis de Neuquén, mediante la
bula Centenarius Annus
del 10 de abril de 1961, y, de
forma definitiva, la Diócesis de San
Luis como jurisdicción autónoma y consolidada.
Este recorrido
nos ofrece una visión general que permite advertir la estrecha conexión entre
la historia regional y la historia eclesiástica. Podemos observar cómo el
pasado cultural se entrelaza de manera directa con el pasado religioso, ya que
ambos comparten el mismo territorio y contexto.
Así, nos
trasladamos a los albores de la primera iglesia de San Rafael, que tuvo sus
comienzos dentro del fuerte homónimo: la parroquia Nuestra Señora del Carmen.
La parroquia Nuestra Señora del Carmen en la Villa 25 de
Mayo posee el honor de ser reconocida como monumento histórico por medio de la
Ley 5424/89. Si bien ya en otro tomo de la colección abordaremos un poco más en
profundidad la historia de esta bella parroquia, dejaremos una pequeña reseña
de la misma a continuación.
La historia de la fundación de la parroquia de Nuestra
Señora del Carmen se remonta a los inicios propios de la historia de San
Rafael, pues será el primer sacerdote de la región Fray Francisco Inalicán
quien será destinado a estas tierras por orden del Virrey Sobremonte, esta
decisión fue tomada en base a la solicitud de la cacique Josefa Roco, la misma
mujer aborigen que pidió la construcción de lo que hoy se conoce como el Fuerte
de San Rafael o también las ruinas del Fuerte del Diamante. La imagen de
Nuestra Señora del Carmen que se observa en el altar es la imagen histórica que
fue traída por el sacerdote chileno desde Mendoza capital.
“Desde Mendoza, Fray Inalicán trajo la imagen de la
Virgen del Carmen, la cual hizo colocar en la capilla que se construyó en el
interior del mismo Fuerte de San Rafael. Así comenzó la evangelización en esta
región.
Fray Francisco Inalicán contribuyó no solo a la difusión
de la fe católica sino también a crear vínculos con las tribus vecinas para
ayudarse con el intercambio de animales y de productos agrícolas. Muy
importante fue también su colaboración con el General San Martín, quien lo
convocó, en 1816, al Fuerte de San Carlos, para ser intérprete suyo en el
parlamento con los caciques de la región con el fin de apoyar su Campaña del
cruce de los Andes. Este buen sacerdote muere el 20 de diciembre de 1823.”[7]
La importancia de este sacerdote es de enormes
proporciones, no sólo para la historia de San Rafael sino también para la
campaña sanmartiniana, este suceso es tratado por varios autores respecto de la
“guerra de zapa” realizada por el Gral. San Martin, brindando información falsa
a los indígenas a fin de confundir al enemigo.
Volviendo con la historia de la parroquia, al parecer
existió un edificio más antiguo que la parroquia que conocemos actualmente,
pues como se narra en la crónica de su historia, en 1840 por orden del
comandante del fuerte una iglesia fuera de las paredes del mismo y cinco años
después se coloca los cimientos de la actual iglesia que conocemos.
“En 1840, el Comandante Rodríguez hace construir una
iglesia fuera del Fuerte, hacia el oeste. Según los datos del primer censo
realizado en 1847, se indica la existencia de una Iglesia de veinte varas de
largo (16 metros) y seis de ancho (5 metros) y seis de alto. El mismo censo
señalaba que en dicha Iglesia se encuentra la imagen de la Virgen del Carmen.
Más tarde, en 1865, ese edificio construido de modo
precario no se pudo utilizar más y se adaptaron casas particulares ubicadas ya
en el nuevo trazado del pueblo para instalar la iglesia. Urgió entonces la
necesidad de un nuevo templo parroquial. Finalmente, en 1876, el cuarto obispo
diocesano de Cuyo D. Fray José Wenceslao Achaval colocó la Piedra Fundamental
del nuevo edificio parroquial a construirse frente a la plaza central de la
Villa. La construcción llevó varios años. El señor Domingo Bombal donó la
madera para la estructura del templo que aún hoy se pueden observar en las cabreadas
del techo. Por su parte, las damas de la Colonia Francesa aportaron también una
importante donación de dinero. Se termina su construcción en 1890.”[8]
En este contexto, aparece la figura de su sucesor, el sacerdote italiano Manuel Marco. Motivado por la llegada masiva de inmigrantes, especialmente europeos, fue él quien emprendió un viaje hacia la provincia de Buenos Aires con la misión de buscarlos, animarlos y convencerlos de trasladarse hacia estas tierras, con el propósito de ponerlas en producción y contribuir a su desarrollo.
Fueron
precisamente estos pioneros italianos quienes, con esfuerzo y dedicación,
fundaron y construyeron el templo de San Ambrosio. Con el tiempo, este templo
se convirtió en la iglesia cabecera de San Rafael, tras el traslado de la ciudad
a su ubicación actual, entonces conocida como Colonia Francesa. Más adelante,
con la creación de la Catedral San Rafael Arcángel —obra del “primer precursor”
Mons. Ernesto De Miguel—, la parroquia mantuvo su identidad y continuó con el
nombre de Parroquia Nuestra Señora de
Lourdes.[10]
Cabe destacar
que esta iglesia fue la primera en la Colonia Francesa, asentamiento que con el
tiempo dio origen a la ciudad de San Rafael. Así, el legado religioso y
cultural de estos primeros pobladores quedó profundamente arraigado en la
historia local, sentando las bases para el crecimiento espiritual de la
comunidad.
En el tomo V de
la colección podemos leer como una vez frustrada la aventura del Cura Marco,
Iselin convence a los italianos para instalarse en la Colonia Francesa, donde
le venderá tierras a cambio de trabajo, naciendo así la Colonia Italiana en
Colonia Francesa.
Las ubicaciones
de las tierras vendidas a los italianos estaban ubicadas en lo que hoy es la
calle Italia en San Rafael. la cual conduce hacia el actual Barrio
Constitución. Al llegar a la intersección con la calle Comodoro Pi, se
encuentra la antigua Bodega Tornagui, cuyo propietario fue uno de los
representantes de los colonos italianos en la Colonia Francesa. Además, fue
miembro de la comisión directiva encargada de impulsar la construcción del
Templo San Ambrosio y de la Escuela 25 de mayo la misma funciona actualmente en
el turno noche, ya en el turno diurno funciona como Escuela Valentín Bianchi,
ubicada en la esquina de Hipólito Irigoyen y 9 de Julio.
Serán entonces
estos italianos quienes debido a las largas caminatas al entonces ya Villa
Vieja 25 de Mayo para participar de la misa y los sacramentos, darán manos a la
obra para edificar su templo, hoy conocido como Parroquia de Lourdes.
Es precisamente en esta segunda parroquia más antigua del
departamento donde se encuentra más vivo y fortalecido el legado religioso,
cultural, político y social de San Rafael. Aquí nos adentramos especialmente en
los orígenes de la consolidación del territorio y en la memoria de sus pioneros
más destacados: Rodolfo Iselín, Domingo Bombal, Julio Gerónimo Ballofet, José
Antonio Salas— Indispensable figura para la garantía de la seguridad en el
territorio frente al peligro del malón— junto con los colonos españoles,
eslavos e italianos, siendo estos últimos constructores y pilares del templo de
San Ambrosio.
Es así entonces como los italianos se unieron para
construir la iglesia. En cuanto a esto se encuentra el primer problema, la
ubicación del templo parroquial. Es aquí donde aparece Don Ambrosio Bonfanti, el mismo donó el
terreno necesario para la construcción. La colectividad italiana participó
activamente en el proyecto, con cada familia aportando lo que podía. Unos
cortaban adobes, otros quemaban ladrillos, y las piedras para los cimientos
fueron traídas desde un volcancito en Cuadro Nacional llamado "El
Cerrito". Rodolfo Iselín, a pesar de ser protestante, también contribuyó
al proyecto, prestando carros y animales para transportar los materiales
Con la vuelta desde Roma del “hijo pródigo” “el Pequeño
Vencedor”, la Primera vocación Menor de San Rafael, el padre. Victorino Ortego,
se comienza primero en Mendoza y después en San Rafael la acción periodística y
fomento cultural de la prensa católica en todo el territorio diocesano, como
así también la erección de cinco parroquias para la San Rafael y sus distritos
- Capilla
San Pablo, en el barrio El Molino.
- Capilla Nuestra Señora de Pompeya, en Capitán Montoya.
- · Capilla San Isidro Labrador, en La Llave Nueva.·
- Capilla Nuestra Señora de Fátima, en Goudge.[11]
No debemos olvidar la anterior labor del padre Ernesto De
Miguel, constructor de la actual catedral San Rafael Arcángel, la Parroquia San
Miguel y la Parroquia Nuesra Señora del Valle. Iglesias que se constituyen en
indispensables para la primeras siembras
en el terreno áspero de San Rafael.
Músico, poeta cuyas obras nos exalta la
belleza del paisaje mendocino, destacando los contrastes entre el verdor del
Cadillar y la aridez circundante. Siendo la nostalgia un tema recurrente,
evocando los recuerdos imborrables de la infancia y el arraigo a la tierra
natal. También aparecen referencias a la tradición y la vida campesina,
elementos que refuerzan la identidad cultural de su obra.
La obra de De Miguel titulada “De mi Cadillar “editada en
el año 1992 por Ediciones La Paz se divide en 3 diferentes tomos, siendo estos
- ·
Pastoreando
en San Rafael
- ·
Copiando
Belleza
- ·
Cadillos
al viento
Poco a poco
comenzamos a percibir, dentro de la configuración inicial de la Diócesis, los
cambios y frutos nacidos de la siembra y preparación del terreno llevadas a
cabo por “los Precursores” mediante
la evangelización y el cuidado del pueblo fiel. Es importante señalar que la
evangelización no es un acto meramente religioso, sino una tarea transformadora
que impacta directamente en los ámbitos social y cultural.
En efecto, la
evangelización apunta al desarrollo integral del ser humano, orientado al
Hombre hacia su salvación. Mientras caminamos en esta vida, dentro del terreno
de la “Iglesia militante”, resulta
imperativo atender también las necesidades materiales del pueblo. No se puede
predicar a estómagos vacíos. En la defensa del reinado social de Cristo,
debemos comprometernos con ambas dimensiones inseparables del ser humano: su
espíritu y su cuerpo.
En este
sentido, resulta iluminadora la expresión del padre Basilio: “Primero humano, después cristiano y
después católico”. Esta afirmación, correctamente comprendida a la luz del
Evangelio, nos recuerda que el anuncio del mensaje salvífico presupone una
atención previa a las necesidades básicas. Solo así puede iniciarse con
eficacia el verdadero proceso de evangelización.
Pasarán después de Primatesta, dos Obispos, dos
Administradores Apostólicos mas hasta la llegada del león de Misiones, desde
Concepción de la Sierra emergerá el rugido del cuarto Obispo de San Rafael. Con
la llegada de Monseñor León Kruk en 1973 se comienza con la renovación el florecimiento
y fortalecimiento que San Rafael haya tenido jamás.
No fue un
tiempo exento de dificultades. Muy por el contrario, fue una época de grandes
pruebas, enfrentadas con paciencia, valentía, coraje y entrega. León Kruk supo
formar, en medio de esas luchas, un verdadero ejército espiritual, decidido a
llevar adelante la misión evangelizadora en los diversos frentes del campo de
batalla cultural, pastoral y doctrinal.
Durante su
gobierno pastoral, se gestaron y fortalecieron numerosas obras de gran importancia
eclesial, entre las que cabe destacar:
- ·
La fundación en 1984 de dos seminarios:
el Seminario Santa María Madre de Dios
y el Instituto del Verbo Encarnado
(IVE), cuyo carisma misionero y fidelidad doctrinal han sido una marca
distintiva.
- ·
La promoción, acompañamiento y
protección de la Obra Corazón y
Voluntad, fundada por los doctores Soler.
- ·
El impulso de movimientos laicales,
como la Legión de María.
- ·
El fortalecimiento del Servicio Sacerdotal Nocturno de San Rafael,
dedicado a la atención espiritual en situaciones de emergencia y enfermedad.
- ·
La formación doctrinal y espiritual de
los fieles mediante la Revista
Comunidad, cuyo director fue el padre Victorino Ortego hasta 1992.
Así, bajo el
pastoreo firme y paternal de Monseñor Kruk, la Diócesis de San Rafael vivió un
tiempo de profunda consolidación e irradiación misionera, cuyas huellas siguen
siendo visibles en la actualidad. Si
esto no es historia eclesiástica enmarcada dentro de todos los ámbitos de la
vida, entonces díganme que es.
Lejos de ser
una narración paralela o marginal, la historia de la Iglesia está íntimamente
entretejida con la historia de los pueblos, las culturas y las civilizaciones.
Su influencia ha sido tan decisiva que toda auténtica lectura del pasado humano
que ignore o minimice el papel de la Iglesia corre el riesgo de caer en una
visión parcial, fragmentada o incluso ideológicamente distorsionada.
De allí que la
historia eclesiástica no pueda concebirse como una mera recopilación de datos
internos o acontecimientos espirituales sin conexión con los procesos
“profanos”. Todo lo contrario: la vida de los santos, las decisiones
conciliares, las misiones, las fundaciones religiosas, las persecuciones y los
momentos de esplendor o de crisis tienen siempre resonancias concretas en la configuración
social, política y cultural de cada época. ¿Cómo explicar, por ejemplo, la
Cristiandad europea sin considerar el papel civilizatorio de los monasterios?
¿Cómo entender la historia de América sin el influjo evangelizador del clero
misionero? ¿Qué sería de muchas naciones sin la impronta fundacional de sus
patronazgos, advocaciones y catedrales?
Incluso en las
disputas modernas entre “historia profana” e “historia religiosa”, late muchas
veces una tensión artificial, fruto de un racionalismo secularizante que ha
intentado dividir lo que, en la experiencia histórica concreta, siempre ha
estado unido. Como decía el cardenal Pie: “La
historia no se entiende sin Cristo, porque la historia es el juicio de Dios en
marcha”.
Por ello,
defender la historia eclesiástica es un acto de justicia con el legado de la
Iglesia en el mundo, sino una necesidad metodológica para quienes desean
comprender en profundidad los procesos históricos. El historiador que excluye
lo religioso de su campo de visión se priva de una dimensión constitutiva de la
realidad humana. Y más aún: quien se acerca con honestidad a la historia
eclesiástica, descubre no solo la acción de los hombres, sino también —en
muchos momentos— las huellas visibles de la Providencia.
Por tanto, concebir la historia religiosa como un
compartimento estanco frente a la historia “profana” implica empobrecer
la comprensión del pasado. Solo una mirada relacional, crítica y
abierta permite advertir la reciprocidad de influencias entre
las estructuras eclesiásticas y la vida social, entre la espiritualidad y la
ciudadanía, entre la fe y la cultura.
Como afirma el historiador eclesiástico francés Étienne
Fouilloux, “la historia de la Iglesia no
puede aislarse del mundo: es una historia profundamente encarnada en los
vaivenes del tiempo, con todo lo que ello comporta de grandeza y de fragilidad”[12].
Frente a los
enemigos de la fe, el revisionismo
eclesiástico es una necesidad urgente, no para negar la historia, sino
para recuperarla desde la luz del
Evangelio y devolverle a la Iglesia su lugar en la historia como madre y maestra de los pueblos.
Plantear un revisionismo eclesiástico
para la Diócesis de San Rafael no significa cuestionar la autoridad doctrinal o
espiritual de la Iglesia, sino más bien rescatar críticamente
su trayectoria local, sus luces y sombras, sus aportes pastorales y su
incidencia en la configuración de la identidad regional. En palabras del
historiador italiano Giuseppe Alberigo, “la
historia de la Iglesia no es solo la historia de los santos, sino también la
historia de los hombres que, dentro de la Iglesia, buscan a Dios en medio de
los conflictos del mundo”[13]
En este sentido, la revisión crítica no debe entenderse
como una postura ideológica, sino más bien como una actitud madura y responsable
frente al pasado. La memoria eclesial no se conserva intacta como un
monumento, sino que se actualiza y se interpreta,
especialmente cuando se trata de una diócesis tan reciente en su creación como
rica en dinamismo pastoral, como lo es San Rafael.
Al mismo tiempo, el revisionismo permite dar voz
a actores muchas veces olvidados: comunidades rurales, religiosos,
laicos comprometidos, educadores y misioneros que han contribuido al
crecimiento espiritual y humano del territorio.
¿En qué beneficia a la
sociedad adentrarse en la historia de una diócesis?
La historia de una diócesis, como hemos podido evidenciar
no es únicamente un registro de hechos religiosos o institucionales. Es, en
muchos sentidos, una clave interpretativa de la historia de la sociedad
misma. Comprender cómo una
Iglesia local se fue desarrollando en el tiempo —en diálogo, tensión o alianza
con las dinámicas culturales y sociales del territorio— permite a la comunidad reconstruir
su pasado, descubrir el
sentido de su presente.
Adentrarse en la historia de una diócesis como la de San
Rafael implica recuperar las raíces de un pueblo: su
espiritualidad, sus formas de organización social, su lenguaje simbólico, sus
vínculos de solidaridad y sus conflictos. Lejos de ser un saber reservado a los
especialistas o a los creyentes, la historia eclesiástica ofrece una
ventana privilegiada hacia los procesos identitarios de la región.
Como afirma el historiador francés Jean Delumeau, “no se puede comprender la evolución de Europa —ni de América Latina—
sin tener en cuenta el rol estructurante de las instituciones religiosas”[14]
Desde esta perspectiva, el estudio de la historia
diocesana no solamente enriquece el conocimiento del pasado,
sino que también fortalece el tejido social, al ofrecer modelos
de testimonios de fe y servicio que
atraviesan generaciones. La Iglesia ha sido, en muchos casos, un
espacio de alfabetización, de asistencia, de contención y de cultura,
especialmente en contextos de crisis o marginalidad.
En contextos actuales, marcados por la fragmentación, el
individualismo y el olvido selectivo del pasado, resulta aún más necesario
redescubrir el papel de la Iglesia como institución generadora de
sentido comunitario. La historia diocesana puede entonces funcionar
como un “archivo viviente” de prácticas, discursos y valores que siguen
teniendo resonancia en la vida cotidiana de muchas personas, tanto creyentes
como no creyentes.
Así, el beneficio de sumergirse en la historia de una
diócesis trasciende lo confesional. Se trata de un ejercicio de madurez
cultural y ciudadana, que promueve una visión más rica y plural del
desarrollo de una sociedad concreta como la del sur mendocino.
Conclusión
La
historia eclesiástica no es una rama menor de la historiografía. Es, en verdad,
el corazón palpitante de muchas historias humanas. Es el registro de una fe
encarnada que ha sabido construir cultura, resistir persecuciones, consolar en
el dolor y educar en la verdad. Es la memoria viva de una Iglesia que no ha
sido espectadora del mundo, sino su servidora más fiel, su madre silenciosa, su
conciencia profética.
Frente a las corrientes que buscan despojar a la Iglesia de su dignidad histórica, reduciéndola a un fenómeno ideológico o de poder, el revisionismo eclesiástico debe alzarse como una necesidad urgente, no para negar las sombras, sino para rescatar la luz. Porque la historia de la Iglesia no puede comprenderse sin Cristo, y una historiografía que lo excluye está condenada al vacío.
La Diócesis de San Rafael, con su
breve, pero fecunda existencia, es un caso ejemplar. En sus calles, en sus
templos, en sus escuelas y campos de misión, resuenan todavía los ecos de los
“Precursores”, del padre Basilio, de Mons. Victorino Ortego, Mons. Ernesto De
Miguel, Madre Teresa Ostrowski. El gran Obispo León Kruk, de tantos laicos y
religiosas anónimas que han sembrado a tiempo y a destiempo. Esta historia no es
solo nuestra: es herencia, es promesa, es raíz profunda de una cultura que no puede
comprenderse al margen del Evangelio.
Es por ello que me he dado a la
tarea de escribir esta Historia Eclesiástica, que lejos de terminar, recién
esta en construcción. Pues hoy más que nunca, cuando la tentación del olvido
amenaza con borrar nuestras raíces, es necesario volver a mirar nuestra
historia con ojos creyentes, con rigor académico, pero también con amor a la
Iglesia. No para venerar el pasado, sino para aprender de él, para seguir
construyendo —en San Rafael y en toda la Argentina— una civilización del amor,
sostenida en la fe, la verdad y la memoria viva de los santos y de los humildes
constructores del Reino de Dios.
Bibliografía
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Basilio Wynnyczuk. El Gaucho Ucraniano. Primera Parte. Ed. Cruz del Sur.
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Basilio Wynnyczuk. El Gaucho Ucraniano. Segunda Parte. Ed. Cruz del Sur.
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[1]DI
STEFANO R./ ZANCA J (2015) Iglesia y catolicismo en la Argentina. Medio siglo
de historiografía. Instituto de Historia Argentina y Americana «Dr. Emilio
Ravignani», Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Universidad de San Andrés, Buenos Aires pp 22-23
[2] DI STEFANO R./ ZANCA J (2015) p 33-34
[3]Di Stefano, R. (2016). De la teología a la
historia. Un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo argentino, Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana Dr. Emilio Ravignani, tercera serie, núm. 44. p. 6
[4]DI
STEFANO R./ ZANCA J (2015) Iglesia y catolicismo en la Argentina. Medio siglo
de historiografía. Instituto de Historia Argentina y Americana «Dr. Emilio
Ravignani», Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Universidad de San Andrés, Buenos Aires p27
[5]Véase los volúmenes D´ONOFRIO S. (2025) Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael. Volumen III. Monseñor Basilio Wynnyczuk. El gaucho ucraniano. Primera parte. Ed. Cruz del Sur. Mendoza Argentina y luego D'ONOFRIO S. (2025) Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael. Volumen IV. Monseñor Basilio Wynnyczuk. El gaucho ucraniano. Segunda parte. Ed. Cruz del Sur. Mendoza, Argentina
[6]D´ONOFRIO S. (2025) Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael. Volumen III. Monseñor Basilio Wynnyczuk. El gaucho ucraniano. Primera parte. Ed. Cruz del Sur. Mendoza, Argentina
[7]La Iglesia Histórica. Historia de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, Villa 25 de Mayo. Recuperado el miércoles 14 de febrero de 2024 de https://parroquiavilla25demayo.com.ar/la-iglesia-historica/
[8]La Iglesia Histórica. Historia de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, Villa 25 de Mayo. Recuperado el miércoles 14 de febrero de 2024 de https://parroquiavilla25demayo.com.ar/la-iglesia-historica/
[9]Imagen recuperada el miércoles 14 de febrero de 2024 de https://parroquiavilla25demayo.com.ar/la-iglesia-historica/
[10]Véase D´ONOFRIO S. (2025) Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael. Tomo V. Nuestra Señora de Lourdes. Una parroquia con historia. Ed. Cruz del Sur. Mendoza, Argentina
[11]Véase D´ONOFRIO S. (2024) Historia Eclesiástica de la Diócesis de San Rafael. Volumen II. Monseñor Victorino Ortego. Apóstol de la Buena Prensa. Ed. Cruz del Sur. Mendoza, Argentina
[12]Fouilloux, Étienne. (2008) Historia religiosa: métodos, enfoques, debates . París
[13]ALBERIGO, G. (1993) Historia de la Iglesia: Una guía de estudio . Salamanca. España pág. 15
[14]DELUMEAU, J. (1997) La religión en Occidente: del siglo XIII al siglo XX . Ediciones Cristiandad, Madrid:
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