Por: Lic. Sergio D´Onofrio
El Cisma de Occidente, también conocido como Gran Cisma de Occidente (distinto del Gran Cisma de Oriente y Occidente), y a menudo llamado simplemente Gran Cisma o Cisma de Aviñón, hace referencia a la división que se produjo en la Iglesia católica en el periodo comprendido entre 1378 y 1417, cuando dos obispos, y a partir de 1410 incluso tres, se disputaron la autoridad pontificia.
a difícil situación de la relación entre el reino de Francia y el Papado, que venía arrastrándose desde los conflictos de Bonifacio VIII con Felipe el Hermoso, era una de las causas por las que los últimos cónclaves habían sido especialmente largos. La división en el seno del colegio cardenalicio se prolongaba ya que algunos consideraban que los papas de Aviñón eran demasiado serviles a la política del monarca francés. Por otro lado, el regreso a Roma se hacía imposible por las divergencias políticas entre familias que mantenían en pie de guerra la ciudad.
A estas cuestiones que causaban una constante división entre los cardenales hay que añadir la progresiva toma de conciencia de estos del poder que tenían al ser quienes elegían al Papa. Durante los cónclaves se requería que quien fuera el elegido siguiera una serie de políticas y hasta se dejaba escrito que se procedería de ese modo. Pero dado que tales juramentos y acuerdos eran completamente ilegales –los documentos escritos de los cónclaves no los mencionaban– los Papas luego se sentían con la libertad de no seguir tales acuerdos. Y para evitar que a raíz de esta actitud, los cardenales se le opusieran, se apresuraba a nombrar cardenales a personas de su entorno propiciando el nepotismo.
El ambiente intelectual también había cambiado. A la propuesta de conciliación de la teología con la filosofía aristotélica realizada por Tomás de Aquino se había opuesto primero Duns Scoto y luego Guillermo de Ockham generando una tendencia antirracionalista dentro de la cristiandad y otro foco de división que sería determinante en el cisma.
El tan deseado regreso del papa Gregorio XI a Roma no había solucionado los problemas políticos que había en Roma y estando a punto de abandonar de nuevo la ciudad, el papa falleció en el año 1378.
Guelfos y gibelinos: Los gibelinos constituyeron una facción política-militar que desde el siglo XII apoyó en Alemania a la familia dinástica de los Hohenstaufen de la casa de Suabia. Los gibelinos se opusieron a los güelfos, quienes primero apoyaron a Lotario de la casa de Sajonia en la elección de un nuevo emperador y luego al Papa en la lucha de éste contra el Emperador Federico I Barbarroja por el control del norte de Italia. Su contexto histórico era el conflicto secular entre el Pontificado, que pasaría a estar apoyado por los güelfos, y el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, apoyado por los gibelinos, esto es, los dos poderes que se disputaban el dominio universal. Los gibelinos se oponían al poder del Pontífice afirmando la supremacía de la institución imperial.
Cuando murió Enrique V en 1125 no dejó herederos, por lo tanto, los güelfos presentaron al trono de Alemania a Lotario, duque de Sajonia y protegido del Pontífice, mientras que los gibelinos propusieron a Conrado, duque de Suabia, perteneciente a la dinastía Hohenstaufen, al cual el papa Honorio II no dudó en excomulgar. Lotario fue electo en 1135, sin embargo murió en 1137, y los gibelinos lograron esta vez imponer a Conrado III, quien era tío del Federico I, Barbarroja, quien a su vez lo sucedería en 1152. De esta manera, con la elección a rey de Alemania de Federico I Hohenstaufen en 1152 y su posterior coronación en 1155, la facción gibelina triunfó en el territorio imperial.
Se verificó un desplazamiento de los términos güelfo y gibelino desde la zona alemana a la italiana, donde pasaron a denominar respectivamente a los partidarios del partido papal y a los defensores de la causa imperial. En Italia, por lo tanto, hubo ciudades como Florencia, Milán y Mantua que abrazaron la causa güelfa, mientras que otras como Forlí, Pisa, Siena y Lucca se unieron a la causa imperial.
Los Orsini y los Colonna dominaban la escena política a principios del siglo XIV en los Estados Pontificios. Los primeros, miembros de la aristocracia más rancia, se habían opuesto vehementemente a la entrada del emperador Enrique VII en Roma (1311). Por su parte, los Colonna, una vez recuperadas sus posesiones con la muerte de Bonifacio VIII (1294-1303), habían vuelto a desempeñar un importante papel en el juego político en perjuicio de los Caetani. Así, Esteban Colonna (muerto en 1350) pudo reconstruir el castillo de Palestrina, destruido durante el pontificado de Benito Caetani.
En 1302, entre Bonifacio y el rey de Francia, Felipe el Hermoso, se inició disputa: El rey estaba furioso con el pontífice porque este no había cumplido con su promesa de designarlo emperador, por lo que para contrariarle impuso fuertes tributos al clero. Bonifacio lanzo excomuniones contra cualquier clérigo que pagase la más mínima cantidad a un laico, fuera Rey o Emperador. Felipe, en respuesta, había prohibido la exportación de oro y plata y también había encarcelado a un obispo.
Bonifacio redactó una nueva bula,( Unam Sanctam (1302); en ella el Papa afirmó la absoluta supremacía del poder espiritual sobre el poder secular, y terminó por definir que es de absoluta necesidad para la salvación el respeto y obediencia al Pontifice Romano.
Felipe preparaba una partida para raptar al Papa y juzgarlo. Que pospuso porque los flamencos atacaron su territorio. Bonifacio se encontraba preparando una bula, que excomulgaba a Felipe y lo despojaba del trono.
En esas circunstanciasun joven cruel y obstinado Nogaret, que era sobrino y hermano de los dos cardenales depuestos, estaba formando un grupo. El sábado 7 de octubre al amanecer, las puertas de Anagni fueron abiertas por un capitán traidor de la guardia pontificia. Ingresaron seiscientos caballeros y mil soldados a caballo. Las campanas de alarma resonaron. El palacio del Papa se hallaba en la cima de la colina y estaba bien fortificado y defendido. Bonifacio pidió una tregua. Recibió las condiciones: Debía reintegrar a los dos cardenales Colonna a su puesto, renunciar al solio pontificio y rendirse. Para Bonifacio tales condiciones eran inaceptables.
Los invasores incendiaron los portones de la catedral para llegar al palacio que se hallaba detrás, los clérigos huyeron, la escolta pontificia se rindió. Los asaltantes llegaron a la sala de audiencias y encontraron a Bonifacio revestido con sus atuendos pontificales. El jefe de las fuerzas, Sciarra se dirigió hacia el pontífice y lo abofeteó exigiendo la renuncia. Bonifacio dijo: “He aquí mi cuello, he aquí mi cabeza”. Cuando el soldado alzó la espada, irrumpió Nogaret gritando que el nombre del rey de Francia deseaba que el Papa fuese conducido a Lyón para ser depuesto ante un concilio ecuménico. Los soldados arrebataron a Bonifacio la tiara, anillos y ropas, y se dedicaron al pillaje.
Los habitantes de Anagni, sacaron al Papa de su mazmorra y lo condujeron al Palacio de Letrán en Roma, donde permaneció encerrado hasta su muerte. El rey Francés evitó a toda costa que la Iglesia nombrara a Bonifacio: Papa Santo y mártir .
El cónclave resultó tan dividido que duró once meses sin resultados y terminó por elegir al arzobispo de Burdeos, Clemente V (1305-1314), que tras un período errabundo se instaló en Aviñón (1309). Se inició así la llamada "cautividad de Babilonia", en la que el pontificado tuvo una clara impronta francesa: lo fueron los siete papas que allí se sucedieron y el noventa por ciento de los cardenales. Los Estados de la Iglesia italianos quedaron en la anarquía, lo que hizo que la corte aviñonense organizase un sistema fiscal tan eficaz como impopular, que dañó el prestigio papal.
Causas de la traslación:
Causas de ello fueron: la voluntad de los papas de reconciliar a Francia con Inglaterra, sin lo cual no se podía pensar en una cruzada; la situación caótica de los estados de la Iglesia y de la misma Roma; el amor excesivo del papa y de los cardenales -casi todos franceses - a su propia patria; por parte de Clemente v, la celebración del concilio de Vienne y el deseo de impedir el proceso contra Bonifacio VIII, intentado por Felipe el Hermoso. A los romanos la ausencia papal durante casi 70 años (1309-1377) les recordaba el destierro de los judíos en Babilonia, y muchos veían en el pontífice de Aviñón un vasallo del rey de Francia.
¿Por qué los papas fijaron su residencia en Francia? Una causa fue la lucha fratricida en Italia entre los Orsini y los Colonna.También influyó el deseo de alejarse de la órbita de los emperadores alemanes, pero cayeron bajo el dominio del rey francés. También en Roma había clima de violencia y saqueo, en el que peligraban la paz, la libertad y hasta la misma vida de los papas.
En Aviñón no había anarquía, ni luchas callejeras, ni güelfos ni gibelinos, ni Orsinis ni Colonnas. En Aviñón había paz y buena administración.
Un tercer factor que contribuyó a aumentar la aversión a la Curia de Avignon: su fiscalismo, que Juan XXII elevó a la categoría de sistema. Las entradas de la Curia procedían fundamentalmente de estas fuentes: los censos (tributos impuestos al Estado pontificio y a los reinos vasallos de la Santa Sede, como el reino de Nápoles); las tasas pagadas por los monasterios exentos y por los obispos y otros prelados con motivo de su nombramiento y en otras ocasiones; los expolios de los prelados difuntos, es decir, sus bienes, que muchas veces pasaban al Papa; las procuraciones o contribuciones liquidadas en el momento de la visita canónica; las tasas de la cancillería, condición previa para obtener dispensas, privilegios, gracias diversas espirituales o materiales; las añadas o frutos del primer año de todos los beneficios otorgados.
Un buen número de cardenales o eran franceses o seguían los intereses del rey de Francia; también la mayor parte de los papas que se sucedieron en Avión eran franceses, y quedaban bajo la influencia del rey francés. Prueba de esto es que el rey Felipe el Hermoso logró del papa Clemente V la supresión de la orden de los templarios, mediante un concilio en Vienne (1311-1312).
A partir del papa Juan XXII la corte pontificia aumentó en personal, y con ello los gastos. Por eso, el papa para cubrir los gastos de operación aumentó las tasas que los obispados, abadías y cabildos debíen pagar a la Santa Sede. Esto provocó ásperas protestas y deterioró la imagen de los papas de Aviñón. A esto se añadió la voluntad el papa de reservarse la designación de todos los obispos que, por su designación, debían aportar a la hacienda pontificia un año de sus rentas.
La entrada al conclave.- Sólo dieciséis cardenales se hallaban en Roma a la muerte de Gregorio XI, y, conforme a la voluntad del papa difunto, no aguardaron para entrar en el conclave a que viniesen los seis cardenales que habían quedado en Avignon.
Pensar en abandonar la ciudad de Roma para congregarse en Avignon o en otra parte, hubiera sido peligroso, ya que los romanos desconfiaban del colegio cardenalicio, en su mayoría francés, y estaban dispuestos a conseguir un papa natural de Roma o por lo menos de Italia. Estos eran los rumores que corrían por la ciudad en los diez días que mediaron entre la muerte de Gregorio XI (27 de marzo) y la apertura del conclave (7 de abril). Cuando un cardenal pasaba por la calle, se veía detenido por el pueblo, que pedía un papa romano a gritos.
No se dejaron intimidar los miembros del sacro colegio, máxime después que un capitán, en nombre del senador, y cuatro oficiales juraron proteger, según derecho, la libertad de la elección pontificia. Contaban además los cardenales con la amistad de las familias más poderosas de Roma.
Prefirieron entrar en los departamentos ordinarios del palacio vaticano abriéndose camino entre la multitud que llenaba la plaza de San Pedro, y sonreían cuando de la turba salía el grito: «Romano lo volemo!» Pues advierte un testigo presencial que aquella gente no se agolpaba allí con ánimo de amenazar, sino de curiosear.
Algunos de la multitud lograron colarse hasta el conclave, que estaba en el primer piso del palacio, pero fueron echados fuera, y poco después se tapiaron las puertas de modo que nadie pudiera comunicarse con los de dentro. Los últimos en hablar con los cardenales, ya al anochecer, fueron los caporioni de los trece barrios de la ciudad, que vinieron a pedir, una vez más, la elección de un papa romano. Respondieron los cardenales que obrarían según su conciencia, buscando el mayor bien de la Iglesia.
Hasta la madrugada del día siguiente no cesó el clamor del pueblo. Comenzó la votación que culmino en, la imposibilidad de ponerse de acuerdo los tres partidos que dividían el conclave para elegir a uno de los cardenales. Además, Bartolomé Prignano poseía absoluto dominio de los negocios de la curia por sus largos años de residencia en Avignon al lado del vicecanciller y por haber sido encargado de la Cancillería en Roma cuando el papa Gregorio XI abandonó las riberas del Ródano. Por su permanencia en Francia y por su nacimiento en Nápoles, bajo los Anjou, era un italiano semi francés y gozaba de la familiaridad de los cardenales limosinos.
Consecuencias:
La cristiandad presionaba para que el papa volviera a Roma. El pueblo de Roma deseaba vivamente que el nuevo papa fuese romano o cuando menos italiano, para evitar que quisiera seguir en Aviñón.
Y así fue. Después de un confuso y agitadísimo cónclave fue elegido papa Urbano VI el 9 de abril de 1378. En él, participó el pueblo romano. En un primer momento la elección del papa Urbano VI fue aceptada por todos, pero no tardaron en surgir tensiones que produjeron un duro enfrentamiento entre el nuevo papa y la mayoría francesa del colegio de cardenales. Entonces los cardenales que constituían esa mayoría abandonaron Roma y declararon públicamente que la elección de Urbano era inválida, por falta de libertad en los electores que habrían obrado coaccionados por las amenazas del pueblo romano.
Ese mismo año, ese grupo de cardenales se reunió en la villa de Fondi y procedió a una nueva elección: Clemente VII. Urbano VI envió tropas contra el nuevo elegido, que se salvó refugiándose en Aviñón, y poniendo su sede en esa ciudad francesa. Empezó así el cisma de occidente que mantuvo la Iglesia dividida durante cuarenta años, entre partidarios del papa de Roma, Urbano VI, y partidarios del papa de Aviñón, Clemente VII. La indignación fue profunda entre los fieles que veían cómo sus pastores luchaban vergonzosamente por un poder que se había convertido sólo en temporal y que consistía únicamente en intereses materiales.
Eran partidarios del papa de Roma: Italia, Alemania, Polonia, Inglaterra y Hungría; y los partidarios del papa de Aviñón: Francia, España, Portugal y otras partes de Europa. Era tal el desconcierto y la incertidumbre de quién era el verdadero papa que incluso muchos espíritus profundamente religiosos, que obraban con indudable rectitud y sincero afán de fidelidad a la Iglesia, estaban divididos: unos, acataban al papa de Aviñón, por ejemplo, san Vicente Ferrer; y otros, obedecían al papa de Roma, por ejemplo, santa Catalina de Siena. Esto muestra hasta qué punto el cisma había sembrado la confusión en las conciencias de los fieles.
Este estado de cosas, la coexistencia de tres papas, duró desde 1409 hasta 1417, año de la conclusión del Concilio de Constanza que, confirmando las decisiones de Pisa, depondría a los tres papas e impondría a Martín V, llamado cardenal Colonna.
“El concilio dio un paso trascendental cuando Juan XXII, invitado a abdicar, rehusó hacerlo y huyó con idea de anular el Sínodo. Los congregados en Constanza promulgaron el decreto Sacrosancta (1415) en el que proclamaron que el Concilio era la instancia superior de la Iglesia, con autoridad recibida de Cristo, a la que estaban sometidos todos los poderes incluso el Papa. Así se aceptaba la doctrina conciliarista y se alteraba la constitución de la Iglesia. El decreto sólo puede valorarse dentro del contexto histórico de crisis y tras cuarenta años de cisma. Es cierto que la teoría conciliarista fue defendida por los doctrinarios antipapales como Ockam o Marsilio de Padua, pero la idea de que la Iglesia está formada por Cabeza y miembros, con derechos y deberes era algo extendido desde mucho antes.”[1]
El único que aceptó la decisión del concilio fue Gregorio XII. Benedicto XIII siguió considerándose papa hasta la muerte; Juan XXII, al que se le consideraba peligroso, fue encarcelado y aislado en varios castillos alemanes, de los que de todas maneras consiguió fugarse. Acudió al nuevo Papa Martín V para pedir protección, y éste se la concedió, y le permitió incluso sentarse en el sagrado colegio en un escaño más alto que los demás. Juan XXII murió poco después. Gregorio XII, tras la renuncia, se retiró en Recanati donde murió en 1417.
Saco una conclusión obvia de este período triste de nuestra historia de la Iglesia. Un imperio temporal hubiera sucumbido con todo este desbarajuste; sin embargo, el papado demostró su indestructibilidad, porque está fundado sobre roca firme y la Iglesia es conducida y guiada por el Espíritu Santo, a través de hombres y a pesar de los hombres de Iglesia.
Bibliografía
Historia religiosa del occidente medieval, José Ángel García de Cortázar, Editorial Akal, Madrid 2012.
https://es.catholic.net/op/articulos/19177/cat/1050/el-exilio-de-avinon.html#modal
La iglesia católica, Hans Kung, Editorial debate, 2013.
[1] https://es.catholic.net/op/articulos/19177/cat/1050/el-exilio-de-avinon.html#modal
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