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Los Caballeros de la Orden del Temple


 

Por: Lic. Sergio D´Onofrio

La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón (en latín: Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici), también llamada la Orden del Temple, cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios, fue una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media.
Se mantuvo activa durante algo menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns tras la primera cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras su conquista. La orden fue reconocida por el patriarca latino de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, durante el Concilio de Troyes (celebrado en la catedral de la misma ciudad), la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Los caballeros templarios tenían como distintivo un manto blanco con una cruz paté roja dibujada en él. El 24 de abril de 1147, el papa Eugenio III les concedió el derecho a llevar permanentemente la cruz; cruz sencilla, pero ancorada o paté, que simbolizaba el martirio de Cristo; de color rojo, porque el rojo era el símbolo de la sangre vertida por Cristo, pero también de la vida. La cruz estaba colocada en su manto sobre el hombro izquierdo, encima del corazón.» Militarmente, sus miembros se encontraban entre las unidades mejor entrenadas que participaron en las cruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica dentro del mundo cristiano. Crearon, incluso, nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco. La orden, además, edificó una serie de fortificaciones por todo el mar Mediterráneo y Tierra Santa.

El éxito de los templarios se vincula estrechamente a las cruzadas. La pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos a la orden.

“Inmediatamente después del rescate de Jerusalén, los Cruzados regresaron en masa a sus hogares, considerando que sus votos habían quedado cumplidos. Restaba aún la defensa de esta conquista precaria, que estaba rodeada por vecinos Mahometanos. En el año 1118, durante el reinado de Balduino II, el caballero de Champagne, Hugo de Payens y ocho compañeros, se obligaron a defender el reino Cristiano, mediante votos perpetuos formulados en presencia del Patriarca de Jerusalén. Balduino aceptó sus servicios y les asignó en su palacio un sector contiguo al templo de la ciudad; de allí su título de "pauvres chevaliers du temple". Eran pobres en verdad, habiéndose reducido a vivir de limosnas y, por ser ellos sólo nueve, no estaban preparados para brindar servicios de importancia, salvo como escoltas a los peregrinos en su camino desde Jerusalén a la ribera del Jordán, frecuentado en esa época como sitio de devoción.”[1]


Una vez recuperado y posteriormente creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su segundo rey, tras la muerte de su hermano Godofredo de Bouillón (quien se niega rotundamente a ser nombrado rey de Jerusalén ya que el mismo dijo “No usaré una corona de oro donde mi Señor usó una corona de espinas” ), algunos de los caballeros que participaron en la Primera cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que viajaban a ellos. Balduino I necesitaba organizar el reino y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, ya que no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a aquellos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, así como a otorgarles derechos y privilegios, entre los que figuraba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la mezquita de Al-Aqsa, ubicada a la sazón en el interior de lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. ​ Y, cuando Balduino abandonó la mezquita y sus alrededores como palacio para fijar el trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los templarios, que de esta manera adquirieron no solo su cuartel general, sino su nombre.

Para la orden, en Europa fue  vital la  ayuda que les concedió el abad san Bernardo de Claraval, quien, se esforzó sobremanera en darla a conocer por medio de sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal

. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto gran maestre de la orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un creyente convencido y hombre de gran carácter, dueño de una sabiduría y una independencia admiradas en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede. Reformador de la Regla Benedictina, fueron muy conocidas sus discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época. San Bernardo de Claraval infundió en los caballeros templarios la sumisión a una regla rígida que los elevaría en cuerpo y alma.

“Los templarios emitían, además de los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, un voto especial de defender y escoltar a los peregrinos y viajeros que se trasladaban en Tierra Santa. Les fue dado, como lugar de residencia, una parte del edificio que ocupaba el segundo rey de Jerusalén, Balduino II (1118-1131) que, según se creía, estaba situado donde había sido levantado el templo del rey Salomón.”

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En cuanto a su vestimenta consistía en  un hábito blanco (como el usado por los cistercienses) con una cruz roja.  Como se trataba de una orden militar, existía ntre sus miembros una marcada jerarquía la cual estaba compuesta por los caballeros, quienes eran nobles o provenientes de familia noble, su trabajo se basaba en las artes militares. A su vez existía también un grupo minoritario de sacerdotes o capellanes, quienes oficiaban  las misas y demás celebraciones litúrgicas. En el último escalafón se encontraban los escuderos, por lo general provenían de la clase media, y de hermanos legos, éstos últimos se dedicaban al servicio doméstico. La dirección de la orden estaba a cargo de un Maestre que actuaba como una especie de abad.



La orden creció rápidamente y su popularidad se extendió por Tierra Santa, Chipre, Francia, , Italia, Inglaterra, Alemania los reinos de España. En el año 1300 se calcula que había unos 4000 caballeros de la Orden, a los que habría que sumar un buen número de servidores.[2]


Aún antes de haber demostrado los Templarios su valía, las autoridades eclesiásticas y laicas los colmaron de favores espirituales y temporales de todo tipo. Los papas los colocaron bajo su inmediata protección, eximiéndolos de toda otra jurisdicción, tanto episcopal como secular. Sus propiedades fueron asimiladas a los bienes eclesiásticos y exentos de toda imposición, aún de los diezmos eclesiásticos, mientras que sus templos y cementerios no podían ser sometidos a interdicto. Esto pronto provocó conflicto con el clero de Tierra Santa, en la medida que el aumento de los bienes raíces de la orden condujo, en virtud de su exención del diezmo, a la disminución del ingreso de las iglesias, y los interdictos, a la sazón objeto del uso y del abuso por el episcopado, devinieron hasta cierto punto inoperantes dondequiera que la orden poseía iglesias y capillas en la que se celebrase en forma regular el culto Divino[3]



La Caída de la poderosa orden

Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios crearon una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, fuertemente endeudado con la orden y atemorizado por su creciente poder, comenzó a presionar al papa Clemente V con el objeto de que tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron apresados, inducidos a confesar bajo tortura y quemados en la hoguera.

“Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la ofensa había sido admitida y permanecía como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de París el título de Campeón y Defensor de la Fe, así como alzando a la opinión pública en contra de lo horrendos crímenes de los Templarios en los Estados Generales de Tours. Más aún, logró que se confirmaran delante del papa las confesiones de setenta y dos Templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el papa que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la orden a la comisión papal, dejando el juzgamiento de los individuos a las comisiones diocesanas a las que devolvió sus poderes.”[4]

En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe IV y disolvió la orden. Su estrepitosa y sorpresiva disolución generó millones de especulaciones y leyendas que han mantenido vivo hasta nuestros días el nombre de los caballeros templarios.

                                                                                                

Bibliografía

[1] https://ec.aciprensa.com/wiki/Caballeros_Templarios  [21 de Diciembre de 2019]

[2] P. Fernando Pascual, Los templarios: Más alla de la leyenda

[3] Charles Modeler Caballeros Templarios

[4] https://ec.aciprensa.com/wiki/Caballeros_Templarios

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